No era antipático y caminaba como caminan todos los gatos. Yo creo que era porque estaba feliz.
Todo funcionaba con apariencia de normalidad, pero lo que nadie sabía es que el pobre Cachicorneto vivía solo en París en medio de una de esas soledades donde retumban los ecos. El Cachicorneto quería ser escritor, en sus fantasías se veía como un orgulloso egresado de una Universidad Londinense laureado con muchos halagos.
¡Pobre Cachicorneto!
Además tenía otro problema relacionado con la soledad… La falta de relaciones íntimas con otra persona.
El Cachicorneto no es un hombre que le resulta particularmente atractivo a las mujeres. Su tez macilenta, su calva ataviada con su vistosa “Lengua de Vaca” y su enorme vientre solo son caricaturas de su pasado juvenil y aquellas morrongas clandestinas, pero ahora esas sensaciones solo viven en sus recuerdos.
El Cachicorneto encontró en la Internet el lugar perfecto para acercar otra vez aquellas fantasías ya enmohecidas a la fría realidad de su lúgubre habitación. Por eso fue que dejó al gatico caminante y se puso un remedo de Marcello Mastroianni digital.
Cuando el Cachicorneto se hizo popular entre las féminas escribiendo una aproximación de literatura pornográfica, enseguida lanzó el anzuelo. Publicó su correo electrónico a la espera de la primera gafa que se creyera sus cuentos de hombre de mundo, de señor del amor… Como el personaje de la novela de Oscar Wilde, el Cachicorneto fue deteriorándose cada vez más hasta convertirse en un aberrado sexual.
Su depravación llamó enseguida la atención de toda una comunidad que supo frenar aquel caballo loco rezumante de tetosteronas locas.
Hoy en día el pobre Cachicorneto anda vagando en la soledad y, en medio de ceros y unos en algún paraje del cyber espacio…
